Escrito por: Némesis Mora Pérez | @nemesismora
Era la segunda semana de confinamiento cuando recibí la llamada. Después del “Dios te me bendiga”, soltó un “no me acostumbro”. Y por ahí siguió la cosa... Que no puede ser que pase otro domingo sin los nietos. Otro más sin echar una manita de domino. Que está brutal porque hasta su perro JJ, de JJ Barea por lo rapidito y chiquito, se acostumbró a brincar con nosotros en las competencias de carrera que hacíamos en el patio. Que por lo menos nos demos la vueltita y nos veamos detrás de la casa. Pero que no se lo digamos a mami ni a tío porque la regañan. Que nos sentemos mejor en la terraza que es al aire libre y hay distancia. Que abuelo está más sordo que nunca y que ya no le responde cuando le habla. Que a veces, se siente sola. Que le entran escalofríos cuando piensa en ir al colmado. Que le preocupa abuelo que está por cumplir los 100 años.
Luego del preámbulo narrativo, porque abuela salió cuentista oral como su papá, soltó lo que en sus 75 años jamás había dicho. Me contó su historia. Sus vivencias en el barrio Ángeles en el municipio de Utuado. De cuando era niña y le tocaba tender las carnes sobre el humo de la leña para que se conservaran durante toda la semana. De lo difícil que era bajar al pozo a buscar agua para el diario y regresar con el balde al hombro. De las veces que el río la arrastró. De las tantas veces que se ausentó a la escuela porque el río estaba crecí’o. Y que ese mismo río crecí’o, hizo que abandonara los estudios a sus nueve años.
Hasta que la industrialización entró en su apogeo y las compañías americanas se expandieron y esparcieron fuera de la zona metropolitana. A los 23 años, abuela cruzó el charco y se mudó al residencial El Coto en Arecibo junto a su esposo y dos hijos. Luego de trabajar como cocinera en comedores escolares y en una guagua de frituras en el sector Víctor Rojas, comenzó a trabajar en distintas fábricas como costurera de medias, calzoncillos, sostenes, batas y t-shirts, destreza en la que se destacó por su técnica para coser bolsillos. También trabajó en una farmacéutica, que colindaba con la zona marítima del barrio Islote, colocando las etiquetas médicas a los envases de pastillas.
Pero esta, no es solo la historia de mi abuela. Esta también es la memoria de muchas de nuestras abuelas que comparten vivencias similares sobre la vida campesina en Puerto Rico para la década del 50. Pero sobre todo, esta es la historia de cómo las abuelas le hacen frente a los cambios sociales, económicos, políticos y tecnológicos que deja el tiempo, para lanzarse y construir una vida muy distinta a la de su infancia y adolescencia.
Sus vivencias son el reflejo de cómo se vivió la pobreza en las montañas del centro de la isla donde la División Puertorriqueña de Educación Comunitaria (DIVEDCO) nunca llegó y la luz eléctrica no lograba energizar los barrios más altos y distantes al pueblo.
La llamada de abuela entró a las 9:19 de la noche del viernes, 29 de marzo de 2020. Debió ser la ansiedad, pero el comienzo de la pandemia la puso a repasar su vida. A revisar dónde se ha ido el tiempo. A romantizar lo que fue y a recordar con melancolía lo que no pudo ser. La conversación telefónica se prolongó hasta la madrugada del sábado. Yo en Santurce. Ella en Hatillo.
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Eso era como boca e’ lobo en la noche. Eso era una oscuridaddddd. Mamita porque allí no llegaba la luz elé’trica. Eso se alumbraban, ¿tu sabes con qué?… Con fraslai y mechones. Flachones eran…
Antes, las cervezas venían en unas botellas largas y grandes. A esas botellas se les echaba gas y les metían una mecha con un canto de frisa, o lo que apareciera, y le prendías fuego y con ese mechón se alumbraban por el camino. Tu veías esos mechones a lejos caminaaaando. Parecían cucubanos. Ante’ habían muchos cucubanos. Hace tieeeeempo que no veo cucubanos. Pero los cucubanos también alumbraban mucho. Como tu ver las estrellas en el cielo, así habían cucubanos en la tierra. Y nosotros los cogíamos... Habían unos que tenían dos luces en el fondillo. ¡Dos! Y nosotros cogíamos los de dos luces (se ríe nerviosa), ay Dios mío ahora yo no sé si yo lo cojo, y lo poníamos de cabeza sobre la mesa y le dábamos dos cantazos al fondillo del cucubano.
Papi siempre tenía un fraslai. Siempre siempre había un fraslai. Adentro en la casa se alumbraban con quinqués. Pero afuera, pa’ caminar, con un fraslai o con un mechón. Y a veces uno veía a esa gente que se iban tarde en la noche, como las casas eran lejos, tu no veías la gente tu lo que veías eran esas luces en la noche como cucubanos.
No había luz porque en esos tiempos no había luz elé’trica. En San Juan tal vez había pero en muchas partes de Utuado la luz se tardó en llegar mucho, mucho. Yo creo que cuando yo salí de casa y me casé la luz aún estaba así sin na’... Hace como 60 y pico de años de eso porque yo tenía 16 cuando me fui y me casé.
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Yo a peeeeeenas me acuerdo de los cuentos que papi hacía. Yo era chiquita. Porque él nos mandaba a dormir porque éramos muy chiquitos y él se quedaba con esa gente. Hombres y mujeres. Vecinos. No se bebía, pero sí se tomaban su café y chocolate caliente. Pero bebidas alcohólicas no. Y ellos se quedaban oyendo los cuentos. Eran cuentos como de barrio, cuentos como de misterio, cuentos como de muertos que se salían, que si pa’ aquí, que si pa’ allá.... Había veces que hacía los cuentos bien tenebrosos y la gente decía: “Ay Pedro, ahora sí que no duermo”. Y hacía los cuentos bien serio. Yo te digo que yo siempre pienso en eso y digo coño si papi estuviera en estos tiempos que las cosas han evolucionado tanto y tener una bisnieta periodista.
A veces eran las 12:00 de la medianoche y él haciendo cuentos. En casa iban como de 8 a 10 personas. No había televisión, Mechy. Si a caso una persona tenía un radio. La gente se iba hasta casa porque papi los entretenía haciéndoles cuentos. Y había veces que, como él se los inventaba, los hacía largos y las personas querían escuchar el final del cuento. Y había veces que viraban para sus casas, regresaban de vuelta y todavía papi estaba con el mismo cuento. Le decían: “Don Pedro por favor díganos el final. ¡Díganos el final!”, y se iban con eso en la mente.