Crónicas

Mirar a Puerto Rico de afuera para adentro

Por: Alberto Santiago | @alberto_santiago

Por: Amelia Feliciano | @amelia_fv_

Nicanor Parra dijo en su poema Chile, “creemos ser país y la verdad es que somos apenas paisaje”. ¿Y Puerto Rico? ¿Es país o paisaje?

I. Desde afuera

Sí, somos paisaje: paisaje de red social; fondo de influencer subsidiado por el gobierno; visuales de anuncio televisivo; el “personaje” de reparto de algún programa de viajes que en realidad trata sobre cuán interesante, noble o audaz es su presentador; la promesa de una vida caribeña relajada, o tal vez hermosa, o posiblemente llena de riquezas y exenciones fiscales. Somos fiesta, naturaleza, comida, baile y diversión. “¡Es el paraíso!”, dicen desde afuera. “¡Son todos tan felices y cálidos allí!” “Qué resiliencia y fortaleza la de ellos!”

Tantos miran ese paisaje –nos miran– desde afuera. Algunos lo hacen con empatía y con el deseo de entender o ayudar, tantos otros como a una gema en bruto, lista para ser pulida y llevada al más alto potencial. Sea lo que sea que ven, lo cierto es que para quien no conoce lo que se vive adentro, es fácil proyectar sobre el paisaje, ver lo que se quiere ver y hacer esquemas para gestar lo que se quiere obtener. Entonces, ¿qué hacer con aquel que por amor, apreciación o deseo te sofoca, te hace trizas o te intenta cambiar hasta el tuétano?

II. Desde cerca

En mi caso, hablar de somos y nosotros ya no es admisible. Yo también miro a Puerto Rico, paisaje y país, pero desde afuera. Soy parte de los más o menos seis millones de personas que componen su diáspora y, aunque mi perspectiva es cercana, ya no viene desde adentro. Ha evolucionado de manera voluntaria e involuntaria, y no sé si es para bien o para mal. No puedo cantarme como parte del éxodo involuntario post huracán María. Tal vez, años antes, fui una de esas que se sintió sofocada ante la percibida falta de oportunidades, que también quiso ver mundo, y que luego no pudo volver.

Lo cierto es que, como muchos, miro a Puerto Rico desde afuera y también comienzo a proyectar lo que quiero ver sobre el país y el paisaje. Se convierte en lugar de añoranza y fuente de posibilidades que nunca han llegado a ser, y que tal vez nunca serán. Es ahora la expectativa de lo que me encontraré en un futuro y el sueño, hasta ahora elusivo, de lo que pensaba que sería mi adultez y mediana edad. Es la mezcla de luces, sonidos, colores y ambientes que de tantas maneras intento replicar o preservar fuera del archipiélago. Es el lugar a donde puedo regresar cuantas veces como mi presupuesto lo permita, y donde siempre seré recibida, pero donde tal vez nunca vuelva a pertenecer. Es donde yo podría simplemente ser, sin la necesidad de explicaciones o etiquetas para el consumo externo.

III. Desde adentro

Ahora: ¿qué de aquellos que habitan en el paisaje? ¿Qué ven los que por deseo o por circunstancias están adentro? Comparto mis atisbos, y solo me atrevo a hacerlo porque una vez –hace tiempo– sí miré desde adentro: Es el lugar donde conviven el deseo de cambio con el aferramiento a la memoria de un status quo que ya no existe, es donde se repiten los “such is life” y “así siempre son las cosas” junto con el “pa’lante siempre, pa’tras ni pa’ coger impulso”. Es el archipiélago que a unos pocos les conviene muchísimo mantener solo como paisaje: fértil terreno para los sueños y posibilidades de otros. Es el lugar que tantos necesitan que brinde lo que brinda un país y un gobierno útil: apoyo, servicios, orden, fiabilidad y esperanza. Es donde mientras unos se deshacen por hacer país, otros se esmeran en desmantelarlo.

A los que están adentro, ¿les queda país o la posibilidad de uno? ¿Cómo será en un futuro? ¿Se puede hablar de los de adentro como un todo a estas alturas? Solo ellos tienen derecho a ofrecer respuestas. Lo único que tengo claro es que sí merecen más que ser paisaje de fondo para quien mira desde afuera.

Y yo, desde afuera, miro y espero, pero no sé por qué ni hasta cuándo.

Némesis Mora