Escrito por: Sofía Picca | @sofiapicca
Me acuerdo bastante de esa tarde. Tenía 13 años. Era un día domingo, nublado y salí a caminar con mis tíos. Estábamos en los últimos días de verano pero el clima era otoñal. Ese día fue bastante particular por dos razones. La primera: al día siguiente comenzaba el secundario y estaba aterrorizada. La segunda: empecé a menstruar por primera vez.
Pasó 10 minutos antes de ir a misa. ¿En serio? Soy sincera, claro que era algo que tenía en mi cabeza no solo por las preguntas insistentes y desubicadas de personas extrañas a mi mamá acerca de si ya “me había hecho señorita”, si no por algo más importante que era el hecho de que todas mis amigas –con cuerpos bastantes más desarrollados que el mío- ya menstruaban.
Me acuerdo que cuando entré a la iglesia me sentí aliviada porque estaba repleta de gente y todos los asientos estaban ocupados así que nos quedamos en el fondo. Tenía pánico de tener gente detrás de mí y estar manchada. Me acuerdo que no fui a comulgar por esa misma razón, básicamente me quedé contra una pared todo el tiempo.
Cuando terminó la misa me acerqué a la pareja de mi tío y le conté lo que me había pasado. No se sorprendió, no sonrió, simplemente me dio una toalla higiénica. Nunca agradecí tanto la sobriedad y pragmatismo en una persona.
Un poco de contexto
La menstruación es llamada de diversas formas según el país de procedencia pero quizás sea el proceso fisiológico con más eufemismos a la hora de ser nombrado: “Te vino Andrés”, “Estoy indispuesta”, “Me hice señorita”, etc…Algunos más, otros menos ridiculizantes o patologizantes, la realidad es que si bien el tema adquirió una dimensión política explícita, cuesta hablar sobre ella. Del mismo modo, es una experiencia rodeada de mitos.
Las mujeres y personas menstruantes lo hacemos alrededor de 40 años, esto significa que en promedio experimentamos 480 veces nuestro ciclo con posibles interrupciones por diferentes factores. ¿Se explica el hecho de que sea un tabú un tema que implica a la mitad de la población mundial?
En su libro “Cosa de Mujeres. Menstruación, género y poder” (2017), Eugenia Tarzibachi analiza la problemática desde una perspectiva multidisciplinaria: cómo fue pensada y concebida en distintos momentos y cómo la industria publicitaria condensó esos sentidos. Dentro de su análisis, la autora habla de los discursos que definen la visión androcéntrica como vara para medir los cuerpos y como esa visión -el varón molde de todas las cosas- proyecta sobre el cuerpo menstruante una desviación de la fisiología normal y neutra. Es así que el ocultamiento de la sangre se convierte en un imperativo ya que es un motivo de vergüenza. También Tarzibachi habla sobre cómo los saberes médicos sobre la menstruación han servido para reforzar los estereotipos de género.
El problema, sin embargo, radica en que los tabúes no quedan flotando en el aire, si no que tienen un impacto material en nuestras vidas y muchas veces se convierten en obstáculos para el acceso a derechos.
Justicia menstrual
A lo largo de los años fui modificando mi forma de ver la menstruación y vi que lejos de tratarse de un fenómeno meramente físico, la misma estaba atravesada por muchos sentidos. Di por sentado por mucho tiempo que la posibilidad de gestionar la menstruación era la misma para todas las personas. No consideré, por ejemplo, las dificultades en el acceso a toallitas o tampones en la cárcel, el hecho de que hay mujeres que no menstrúan y que no solo ellas lo hacen.
Dentro de la definición de “salud menstrual”, confeccionada por el Colectivo Menstrual Mundial (Global Menstrual Collective) y publicada en la revista académica Sexual and Reproductive Health Matters, se contemplan múltiples factores a la hora de garantizar el derecho a la misma. Lejos de terminar en el acceso a los productos de gestión menstrual (toallitas, tampones, copas, etc…) incluye servicios como el de agua potable, infraestructura y salud, como también educación e información sobre salud sexual y reproductiva.
Más allá de lo sanitario y lo cultural, lo económico juega un rol fundamental a la hora de pensar esta problemática. El informe “Justicia Menstrual: Igualdad de género y gestión menstrual sostenible” (2021), presentado por la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía junto a la Jefatura de Gabinete, hace un diagnóstico sobre las desigualdades producidas por la brecha económica en Argentina, que impactan no solo en el acceso a productos si no que tienen implicancias en la educación, el trabajo y la salud.
“Las mujeres tienen una menor participación en el mercado laboral que los varones, ganan menos, enfrentan los mayores niveles de desempleo, tienen empleos más precarios y, como consecuencia de esto, están sobrerrepresentadas en los hogares pobres. De este modo, quienes tienen menores recursos enfrentan obstáculos para acceder a estos productos (menstruales), con consecuencias sobre su vida cotidiana”, aclara el informe. De esta forma, como resultado las personas no van al colegio o al trabajo, modifican su vida social y recreativa o utilizan métodos inadecuados que afectan su salud (generando por ejemplo infecciones urinarias o reproductivas).
En Argentina más del 40% de la población se encuentra bajo la línea de pobreza. Pobreza que, se encuentra altamente feminizada. Según el último relevamiento hecho por la organización Ecofemini(s)ta más del 70% del grupo poblacional de menores ingresos son mujeres.
¿Cuánto cuesta menstruar en Argentina?
Menstruar implica un costo extra (una parte de la población no lo hace) y es inevitable (no podemos dejar de hacerlo) lo que convierte a los productos de gestión menstrual en artículos de primera necesidad que son consumidos por más de 12 millones de mujeres y personas menstruantes en el país.
El informe “Justicia Menstrual”, mencionado anteriormente, calcula cuánto dinero al año debió destinarle una persona a su menstruación (sin contar productos analgésicos) tomando como base los precios de los productos en el año 2021
Veamos el ejemplo de las toallitas. El informe divide 3 categorías. Si la persona eligió los productos enmarcados en “Precios cuidados” (los más económicos): el costo fue de $1933 al año. Si compró las más caras: $7873. Y si usó las más vendidas el dinero invertido fue $3228. ¿Cómo leer estos números? A fines del 2020 una mujer que se encontraba dentro del 10% con menor ingreso en nuestro país recibía $4021 por mes. Esto significa que si compró las toallitas más económicas, el costo por menstruar significó la mitad de su ingreso mensual.
El informe no deja de lado otros métodos que cada vez son más utilizados. Por ejemplo la copa menstrual emergió hace algunos años como una alternativa no solo económica si no amigable con el medio ambiente. Pero no hay que olvidar cuales son las condiciones materiales que hacen posible su uso correcto y cuántas personas menstruantes las tienen garantizadas. Por ejemplo, según datos del Ministerio de Obras Públicas se estima que el 20% de la población argentina no tiene agua potable y el número se eleva a 44% cuando hablamos de saneamiento.
Iniciativas
La agenda en torno a la menstruación es un tema que atraviesa los activismos y los feminismos en todo el mundo. Por solo nombrar algunos, en Argentina, desde el año 2017, la campaña MenstruAcción busca “la quita del IVA a los productos de gestión menstrual, la provisión gratuita en espacios comunitarios y la promoción de la investigación y socialización de datos al respecto”. Cómo también la Red Federal de Activismos Menstruales (AMRed) nuclea a las organizaciones territoriales en esta temática.
Estas agendas van incidiendo cada vez más en el diseño de políticas públicas. Por ejemplo a nivel mundial, Kenya se convirtió en 2004 en el primer país del mundo en quitar el IVA a los productos de gestión menstrual. En 2020, Escocia fue la primera nación en otorgar de forma gratuita toallitas y tampones. En Argentina esto solo sucede a nivel local como en la Ciudad de Santa Fe o en el Municipio de Morón ya que no existe una normativa nacional.
Muchas veces estas iniciativas suceden en el ámbito parlamentario, o al menos cobran fuerza bajo el impulso de la participación ciudadana. A fines del año pasado la organización Period Spain presentó ante la Cámara de Diputados de España 70.000 firmas para que tanto en colegios como en hospitales se entreguen toallitas y tampones de manera gratuita. También desde la organización luchan para que el IVA pase de un 10% a un 4% que es el que le corresponde a los productos de primera necesidad.
Actualmente, en Argentina existen 12 proyectos de ley en el Congreso que apuntan a las demandas que antes mencionamos: la entrega gratuita, la quita del IVA, la educación e información adecuada, la necesidad de estadísticas y la gestión menstrual sostenible (las toallitas y tampones están compuestos en un 60% por pasta fluff, un material que no es biodegradable ni se puede reciclar y es producto del desmonte de selva nativa). Pero ninguna llegó a recinto para ser aprobada.
Formas de gestionar la menstruación
Cuando hablo sobre mi experiencia con amigas o conocidas, muchas veces tenemos puntos de encuentro. La vergüenza de la primera menstruación, la incomodidad, las preguntas, las piletas o playas suspendidas hasta el uso (o no) de tampones. Como también muchísimos otros de divergencia. Hay quienes no son amigas de su sangre y cuanto más discreto y descartable sea el producto de gestión menstrual, mejor. Otras, por el contrario, utilizan la sangre como abono para su tierra.
Hay múltiples métodos. Más allá de las toallas higiénicas, tampones o copas existen esponjas marinas, ropa interior absorbente, toallas reutilizables, discos e incluso hay quienes eligen no usar nada como la corriente de sangrado libre.
El debate sobre los modos de gestionar la menstruación y las desigualdades que generan viene tomando cada vez más impulso en todo el mundo. Pero a su vez, a medida que este tema se hace más visible surge una resistencia a debatir las políticas públicas necesarias. Quizás la concepción de que se trata de algo privado, oculto, o hasta vergonzoso refuerza la idea de que no merece estar bajo ninguna legislación y no es prioritario. Lo mismo sucede cada vez que se intenta poner sobre la mesa el sobreprecio que existe sobre determinados bienes de consumo destinado a las identidades feminizadas.
La realidad es que cada persona elige o, al menos, debería elegir el modo en que quiere gestionar su periodo. Y sí, eso es algo que pertenece al ámbito privado. Garantizar las medidas sanitarias y el acceso a estos productos de la manera más segura es una cuestión de salud pública.