Zuihitsu: Tirada entre el cuarto y la biblioteca de Derecho
Introducción por Julieta Blanco, tallerista del curso "Zuihitsu o el placer de lo random":
‘Zuihitsu’, palabra japonesa que podría traducirse como ‘huidizo’.
En la escritura del zuihitsu hay una fuerte sensación de que la creación del orden depende del desorden. Es una forma de escritura ensayística, espontánea, parecida al diario íntimo pero también más abierto y random. Se podría pensar como un “seguir el pincel”, discurrir los pensamientos, las observaciones, los sueños y todo aquello que atravesamos pero de manera poética. El zuihitsu exige como punto de partida yuxtaposiciones, fragmentos, contradicciones, materiales aleatorios y piezas de distinta longitud. Cada una de estas particularidades que enriquecen el género japonés del zuihitsu fueron trabajadas en el taller "Zuihitsu o el placer de lo random", dado en el marco de la revista La Ilustrada durante el mes de agosto de 2022.
A continuación, una de las producciones del taller:
Escrito por: Patricia Infanzón Rodriguez
Imagínate un cuarto sin wifi: una odisea.
Un cuarto sin wifi. A veces lo quieres, en serio. Un mini descanso del constante azote de noticias y notificaciones. Un respiro del estar pegada al teléfono, alerta, distraída, viviendo un oximorón constante. Pero cuando te alejas de esa señal de vida externa, extrañas a la gente, a los cuentos que te encuentras online. Estar al día con quién y qué te importa resulta más una prioridad que escaparte del mundo entero a una casa por allá, tirá’ en el monte. La preocupación del qué le pasará a tus seres queridos, a tu familia (la que te importa), a tus amigos con el caos que viven dentro de este canto de tierra tan pequeño, o allá, cruzando océanos y mares se mantienen.
Y agarras el teléfono otra vez.
Así que pides y rechazas el wifi, deseas que se quede y se vaya cuando a ti te plazca. Ah, ¡pero él reina sobre ti! Y viene y va cuando le pega la gana.
Cosas ‘suspish’
Lo notas cuando tu perra se acerca a lamerte la mano con la cola entre las patas. O cuando el cliente insiste en que le hagas un trabajo de “prueba” sin contestar tu pregunta sobre la paga. Tu abuela se rehúsa a hablar sobre su dinero y te llora si le insistes.
Tu amiga tiene una foto de un culo como wallpaper en su teléfono pero dice disque no es su culo. Sospechas cuando tu hermana te manda diez mil stickers de una carita inocente por whatsapp justo antes de hacerte una pregunta. Después notas que la puerta de su cuarto está cerrada con seguro, lo de nunca. Tu camisa favorita desaparece una semana y reaparece en tu clóset la próxima.
Tratas de no mirar cuando el vecino de al lado prende su carro como a las 2 de la mañana y sale con un bolso negro grande. Y los vecinos de al frente tienen como 10 carros estacionados y solo tres personas viviendo en la casa.
Sospechas cuando la chihuahua de casa ladra todas las mañanas, a las 8 en punto, a la puerta del jardín interior, pero chequeas y no hay nada. La muñeca de porcelana la tenías mirando hacia la ventana y hoy te mira la cama. Ahora tu cama se siente caliente mientras duermes pero cuando te levantas no hay nada a tu lado.
Cuándo sentir bochorno
No deberías sentir bochorno, nunca, jamás. Eres grandiosa.
Bueno…
Excepto cuando te huele la entrepierna bien duro después de sudar todo el día con un traje mega apretáo. O cuando entras a una tienda sin mascarilla (porque se te olvidó, no eres desconsiderada) en medio de la pandemia y el dueño te ve. Y cada vez que sales de tu casa con las cejas despeinadas y no tienes con qué hacerlas ver más decentes (eres orgullosa de las orugas que tienes en la frente, pero chica, hay que cuidarlas).
¿Te acuerdas de aquella vez que estabas bien arrebatá buscando monchies en la cocina de tu ex pareja? Su abuela te habló y tú sin pensamiento coherente como para responderle. ¿Y cuando dejaste el vibrador en la bañera que compartes con tu hermana? La santa no te dijo nada cuando salió del cuarto después y la bendices mil veces porque el bochorno casi te mata.
Sientes bochorno cuando estás riéndote con comida en la boca y le escupes a la persona de al frente. Y cuando una polilla de esas chiquitas se te mete por la nariz tan adentro mientras hablas que al rato no te queda más que tragarla. Que te tires un eruto con sabor a carne guisá en medio de la biblioteca de Derecho (bueno, no fue tanto el bochorno, era tu amiga na’ más al lado).
Pero tienes que abochornarse cuando te creíste que aquel muchacho te iba a comprar un pasaje para viajar juntos después de haber estado saliendo por sólo dos semanas. Y tirar tu corazón a otro pendejo que lo que quería era joder un rato.
Le dejas el bochorno al que piensa que el besito de Villana Antillana y Tokischa da asco. Pero te regresa el bochorno cuando abres Twitter y lo primero que te sale es un fanart porno de un fandom favorito mientras estás sentada en la sala de espera.
Fuera de eso, ¿pa’ qué tener bochorno?
8 razones válidas para estresarte:
Salir 30 minutos antes de una reunión con tu jefa y que el viaje sea de 30 minutos también.
Tener 10 mensajes por WhatsApp y que 4 de ellos sean importantes.
Pensar que la fecha de entrega era mañana y encontrarte que no, es hoy, y ya se te pasó la hora límite.
Ver cómo un personaje cae en un hoyo negro de catástrofes porque es necio y le toma medio siglo darse cuenta de que el chico de sus sueños estaba esperándolo durante toda la jodía historia a que se diera cuenta de que, oye te quiero también, idiota.
Que tu hermana no sepa usar la plataforma de matrículas y te esté llamando todo el tiempo para que le expliques cómo usarla porque Patricia tú estudiaste aquí también cómo lo usaste ‘plis’ qué hago, mientras estás cuidando de tu abuela.
Tener que recibir mensajes de tu amiga que lo está pasando bien feo desde hace un tiempo, pero ya ha llegado al punto que sólo te escribe para quejarse y no quieres leer ni escuchar sus mensajes sin tomarte un buche de aire antes.
Cuando las bombillas en el dash de tu carro se prenden y tú apenas tienes dinero para pagar la gasolina.
Toparte con más responsabilidades que antes porque, ah, es que ya eres adulta.
Las cosas lindas que hay desde tu cuarto hasta la biblioteca de Derecho
Yo no siempre veo lo lindo. Soy una catástrofe andante, se lo digo a mis amistades y están más que clares. Pero me tiro en la cama a veces, a veces, y solo observo la pared, el escritorio, mi calendario de Good Omens que hizo una artista favorita. A las matitas que tengo hacia la ventana creciendo contentas. Mis libreros que tienen un fracatán de libros.
La palabra “linda” no da con los ojotes de mis perras que son los más adorables que hay en esta puta isla. Pero me gozo ver a mi hermana cuando está extasiada leyendo fanfiction a mi lado. Leer cuando los personajes se dan un beso y se dicen “te quiero” en dicho fanfiction cuando mi hermana me lo manda. Encontrar fanart que me sacia el alma.
Se siente bien cuando fumo pasto con mi amiga en la playa de Piñones, tan rico que es ir y hablar de todo lo que necesitamos sacar del pecho. O cuando apapachan a alguien en un abrazo, allá a lo lejos. Encontrarme en la biblioteca de Derecho de la Universidad de Puerto Rico con mis amistades para escribir, solo escribir, tiene su propia lindura.
Me lavo la cabeza y cuando se me seca, veo lo lindo que tengo el pelo. Y admito que me veo preciosa cuando me pongo kajal en los ojos y me río con todo y catástrofe.
Cosas sutiles.
Mover tu taza hacia el lado mientras tu hermana cocina para que no la tumbe. Rozar tus dedos contra los de tu crush “accidentalmente”. Sacar un libro del librero de tu mamá y empujar los que están alrededor para tapar el hueco que dejaste. Llevar el anillo que te dio hace años en una cadena, escondido en tu escote. Dejar el recibo con el regalo que iban a darle a tu papá en el counter de la cocina porque a tu papá no le va a gustar. Guindar un postcard con una imagen distinta a cada lado: una de lo más cute que da hacia afuera y la otra con el bicho pintado hacia la pared. Comprar un parcho para tu jacket de una bicicleta con los colores rosa, violeta y azul. Darle una pequeña sonrisa que no significa nada a la persona que te gusta. Meterle la etiqueta del cuello dentro de la camisa a tu amigue mientras anda de espaldas a ti. Estar en grupo y alzar las cejas hacia tu amigue mientras alguien habla mierda. Echarle el mechón de pelo detrás de su oreja y seguir hablándole como si nada. Agarrarse de manos entre los muslos. Dejarle una nota en su libreta sin que se dé cuenta. Hacerle un café por la mañana junto al tuyo y dejárselo en su escritorio.
Patricia Infanzón Rodríguez es traductora y editora de mesa bilingüe . Puerto Rico