Por: Julieta Blanco | @yeiwai_
Siempre es posible leerle un libro a un animal y que éste escuche con total atención, sin importar cuándo leas esto. Aunque Wittgenstein afirmara que “si un león pudiera hablar, no podríamos entenderlo”, lo más probable es que, durante el ejercicio de estar con otro ser que simboliza la vida de manera radicalmente diferente, nos sintamos en una percepción similar de la experiencia.
Está comprobado y se ha declarado: en 2012, un grupo de científicos de la Universidad de Cambridge promulgó “La Declaración de Cambridge sobre la Conciencia”, en la que afirmaron que “los sustratos neurológicos de las emociones no parecen limitarse a las estructuras corticales. De hecho, las redes neuronales subcorticales que se activan cuando tienen lugar estados afectivos en los humanos son también de crucial importancia en la generación de comportamientos emocionales en los animales. La excitación artificial de las mismas regiones del cerebro genera una conducta y estados de ánimo correspondientes en humanos y no humanos”.
¿Qué dirían los leones si pudieran hablar? Supongo que la vida de un león puede ser tan interesante como aburrida, al igual que la mía y la tuya. Hay días buenos y días malos. Un león podría decir: “Por la mañana, el sol me pegó de lleno en el lomo y lo disfruté muchísimo; por la tarde, los nuevos cachorros se pusieron intensos. Me preocupa cómo están creciendo mis hermanos y si van a querer sacarme el puesto (sucede lo mismo en la serie SUCCESSION), sexo, sueño, ganas de comer. Estoy aburrido, tengo ansiedad, voy a jugar, se me pasó”. No es tan distinto de lo que podríamos llegar a decir. La ansiedad muchas veces tiene que ver con el hambre, la falta de sueño, las exigencias de la supervivencia, el aburrimiento o quizás el miedo, un miedo profundo como un sueño eterno de luchas heredadas y presentes. Un león podría decir lo mismo. Quizás no lo entenderíamos, pero, como sujetos de experiencias y conciencia, podemos darnos una idea, así como ellos pueden darse una idea del peligro que aparece cuando nos ven.
“Una ballena es un país” (Ed. Rosa Iceberg), llegó a mis manos mientras preparaba una performance/instalación. La obra se trataba de una madriguera de zorro, de fantasía, en una zona estética muy pop llena de peluches. Además, había una tablet con un vídeo en loop que reproducía una teoría que inventé: “Observación de zorro o Deep Observation”. Algunas de las preguntas que guiaban la investigación de la obra eran: ¿podemos copiar la forma de vida de los animales? ¿podemos aprender de sus comportamientos? ¿seremos capaces algún día, como humanos, de practicar otras formas de vida y tener otro tipo de conocimientos? ¿otras formas de mirar el mundo inspiradas en los animales? Quise disfrazarme de zorro y pasar tiempo en mi madriguera. Fue un comportamiento totalmente mamífero. El resultado: una madriguera artificial llena de personas queriendo hacer lo mismo.
Como alguien que ha tenido acceso directo a una gran variedad de animales en diferentes momentos de mi vida, ya sea por vivir cerca de zonas rurales o por espíritu aventurero, he desarrollado una profunda observación de sus hábitos y formas de vida. Sin embargo, cada vez que los observaba, sabía que yo también estaba siendo observada y percibida.
En el libro “Una ballena es un país” de Isabel Zapata, encontramos un espíritu científico y observador que se traduce en un universo poético al que se ingresa lentamente, con sigilo, sin hacer ruido para no asustar a los animales que viven en el sutil y complejo universo de todas las especies amenazadas que habitan la Tierra.
En este libro, se plantean preguntas abiertas, se imaginan respuestas y se exploran fantasías de alguien que está en contacto, que sabe, que puede trazar suposiciones fundamentadas sobre lo que está hablando. Isabel parece haberse sumergido en una profunda comprensión de las diversas experiencias de algunos animales. El libro es casi enciclopédico, pero se permite no ser un observador imparcial, algo que sí haría un discurso de diccionario.
Es un homenaje que da espacio a algo que no hemos podido lograr hasta ahora: permitir que los animales vivan en sus ecosistemas sin tener que diseccionarlos y utilizarlos para obtener beneficios, sin tener que experimentar con sus cuerpos, pieles, uñas, picos, ojos o vísceras.
Salir del antropocentrismo es un acto de humildad, es reconocernos como parte de un orden superior. Para autoras como Haraway, implica considerar la naturaleza como una alteridad significativa en lugar de antagónica. Es decir, el horizonte político requiere una reconfiguración de nosotros como humanos y una conciencia de los inter-seres que somos en simpoiesis con otros seres, ya sean animales, plantas o máquinas.
El término “simpoiesis” es un concepto propuesto por Donna Haraway que busca explicar la colaboración y la transformación colectiva entre organismos y entornos, fomentando relaciones de co-creación. Esta perspectiva de interacción entre humanos y otras especies se basa en la interdependencia y la colaboración en lugar del individualismo y la dominación, lo que permite la creación conjunta de todas las entidades involucradas.
Al hablar de colaboración, también nos referimos a la empatía y la comprensión. Para construir una forma de vida más sostenible, necesitamos comprender y acercarnos a realidades que consideren nuestros entornos de manera no destructiva.
En las cosmovisiones originarias de cualquier cultura, todos los seres vivos suelen estar sujetos a transformaciones continuas. Estas cosmovisiones contemplan la posibilidad de que los seres humanos se conviertan en animales y los animales en espíritus. La variación es, ante todo, una diversidad de perspectivas que da como resultado mundos alternativos, capaces de existir en función del observador.
Según Alessandro Lupo (1995: 79), se puede encontrar una profunda conexión incluso entre formas de vida extremadamente diferentes, y los seres que habitan el mundo, ya sean plantas, animales, humanos o dioses, deben concebirse como sustancialmente iguales y dispuestos en un continuo imaginario que se extiende desde la esfera terrestre hasta el inframundo. Como resultado de esta concepción, tenemos un universo densamente poblado, dividido en zonas o regiones alternativas, donde la perspectiva humana forma parte de una amplia gama de puntos de vista que se definen según la posición que cada agente ocupa dentro del cosmos. Es en ese espacio donde podemos comenzar a reflexionar sobre la simpoiesis.
En el libro “Una ballena es un país”, ¿qué animales aparecen en su fauna? Se mencionan castores, caballos, ballenas, el mítico tilacino, tiburones, tortugas, iguanas, murciélagos y más, más, más.
¿Cómo duermen? ¿Cómo ven? ¿Cómo experimentan emociones? ¿Cómo se esconden cuando tienen miedo? ¿Cómo crean? ¿Cuál es el miedo genéticamente desarrollado que enfrentan al vivir en esta tierra amenazada? ¿Sabrán que su destino, desde el momento de su nacimiento, es transformarse en fármacos?
El poema que más me impactó se titula “Miembro Fantasma”:
Su nombre era Benjamín y se dice que murió de frío.
Saltaba verticalmente como un canguro.
Era un tigre rayado de ceniza.
Movía la pata en círculos como un gato.
Era un lobo marsupial, un lobo cebra,
un dingo al que le quedaba grande la cabeza,
un demonio, una hiena con garras de león.
Entre las pinturas rupestres del Parque Nacional Kakadu se encuentran las primeras representaciones del tilacino: trece a veintiún rayas que van desde el torso hasta la base de la cola y los muslos traseros, con una textura en la roca de la cueva. Cabezas feroces con bigotes, colas que se extienden rígidas sobre los muros, orejas redondeadas y vientres claros. Incluso, uno de ellos tiene un par de alas.
En 1906, el gobierno de Tasmania pagó 58 recompensas por el cadáver de un tilacino.
En 1907, fueron 42.
En 1908, 17.
En 1909, solo 2.
Para 1917, ya no quedaban animales vivos que cazar.
Los animales tienen conciencia y sentimientos. Se reconocen en el espejo, sufren, lloran, se alegran, experimentan comodidad, sienten placer, desean, tienen celos, reniegan, refunfuñan y sueñan.
No lo digo yo, lo dice la ciencia: “La ausencia de un neocórtex no parece impedir que un organismo pueda experimentar estados afectivos. Hay evidencias convergentes que indican que los animales no humanos poseen los sustratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de los estados de consciencia, junto con la capacidad de mostrar comportamientos intencionales. En consecuencia, el peso de la evidencia indica que los humanos no somos los únicos en poseer la base neurológica que da lugar a la consciencia. Los animales no humanos, incluyendo a todos los mamíferos y aves, y otras muchas criaturas, entre las que se encuentran los pulpos, también poseen estos sustratos neurológicos”.