Crónicas

Yo estoy acá porque te quiero

Arte: Milagros Pico | @milagros.pico

Arte: Milagros Pico | @milagros.pico

Escrito por: Marc Caellas | @marccaellas

Del infinito al bife fue primero un libro, una biografía coral que pergeñó Esteban Feune de Colombi para la editorial Caja Negra a partir de los testimonios de más de ciento cincuenta personas de su entorno familiar, amistoso o profesional. El texto empieza por el final, por el funeral de Federico Manuel Peralta Ramos, que en realidad, hoy lo sabemos, fue otro principio, el principio de la leyenda, de la vida post mortem que lo fue convirtiendo con los años en el mito que nos convoca. 

En su segunda página, el fotógrafo Guillermo Fernando Aquino menciona un cuento de Cortázar, Conducta en los velorios, cuyo primer párrafo dice: “No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese diálogo con la sombra. Pero si de la pausada investigación de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio esté a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente”. 

Me parece que a los funerales, como a las revistas donde publicamos, uno no puede ir para hacer relaciones públicas, o por presumir de amistad con el muerto o el autor. No. Tanto Cortázar como Esteban como Federico como Némesis y como yo somos gente que no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Así que brindo por los que estamos aquí reunidos: la editora, el cronista, el improbable lector. Brindo por estar, por estar presente, por seguir vivos a pesar de todo, por ser gánicos ¿Qué es ser gánico? Federico Manuel Peralta Ramos escribió veintitrés mandamientos de la religión que inventó, una suerte de manifiesto poético y vital que deberíamos tatuarnos si tuviéramos espacio entre tanta peca y vena y arteria y grano sin explotar.

Habitantes de este sistema solar, yo, Federico Manuel Peralta Ramos, me dirijo a ustedes para comunicarles los mandamientos de una nueva religión que he inventado:

  1. Ser gánico (significa hacer siempre lo que uno tiene ganas.)

  2. Hay que irse a los bofes.

  3. A Dios hay que dejarlo tranquilo.

  4. Perder tiempo

  5. No perder tiempo.

  6. Regalar dinero.

  7. No distraerse.

  8. Ampliar la esencia hasta llegar al halo.

  9. Vivir poéticamente.

  10. Hacer programas aburridísimos.

  11. Tratar de divertirse todo el tiempo.

  12. Creer en el gran despelote universal, tomar como punto de referencia eso.

  13. No endiosar nada.

  14. Superar lo controlable.

  15. Superar el plano físico.

  16. Jugar con todo.

  17. Darse cuenta.

  18. Creer en un mundo invisible mas allá del plano físico, mas allá de los lejos y de los cerca.

  19. Hay que andar liviano en este mundo… o no.

  20. Provocar movimiento.

  21. Despreciar todo.

  22. No mandar.

  23. Flotar.

*Si no tienen ganas, no cumplan con ninguno de estos mandamientos.

Para el crítico Quintín, uno de los lectores más lúcidos de la literatura argentina, el libro de Esteban Feune de Colombi es fascinante por dos misterios que deja abiertos. El primero es sobre la intimidad de Federico que de tan expuesta termina siendo secreta: no es posible tener una idea definitiva de su condición psíquica ni de sus preferencias sexuales. El otro misterio es su valor como artista. De la inmersión en el texto me quedo con que estamos ante un visionario, un adelantado a su época, e incluso, según Carlos Alvarez Insúa, ¡un precursor de la web! La comisaria de arte Chus Martínez impartió una conferencia TED en La Habana en la que sostiene que Peralta Ramos predijo la web con un huevo, el famoso huevo que hizo construir en 1965 y al que llamó Nosotros afuera, y que puso al lado de una mandarina cósmica, el mismo huevo que hizo pedazos el día de la inauguración al constatar que se estaba descascarando, como si fuera a nacer de dentro un dinosaurio. Federico procedió entonces a destrozarlo a martillazos, dejando en nada el trabajo de sus asistentes e impidiendo que se viera el techo del escultor Luis Wells (cabe decir que es uno de los pocos que habla mal de él en el libro por ese motivo). Federico, como siempre, rompiendo los huevos. 

El tema del tamaño lo acompañó hasta la tumba ya que Federico fue engordando con los años, de hecho muchos le llamaban “el gordo”. Así, cuando trajeron el cajón para enterrarlo, su cuerpo no entraba. Quizás porque no tuvieron en cuenta que Federico Manuel Peralta Ramos se había convertido en un pedazo de atmósfera.

Estoy con Federico Manuel y creo fervientemente que sólo consiguen un oasis aquellos que se bancan el desierto. A Federico Manuel, su Buenos Aires -a mí me gusta acá-, lo homenajeó con una réplica en cemento armado de su huevo engordado. Colocado en plena calle, bajo el edificio Kavanagh, luce insólitamente macizo: un extraño homenaje, una escultura sin firma, un huevo mal hecho, que su ciudad dedica a uno de sus artistas más legendarios. 

Desde la plaza San Martín, se tiene una vista privilegiada del Kavanagh, una joya art déco construida en 1936, en su momento, el edificio de hormigón más alto de América Latina ¡Qué bien se ve la tarde desde el fácil sosiego de los bancos! Como escribió Borges en un célebre poema, la tarde entera se remansa en esta plaza, serena y sazonada, bienhechora y sutil como una lámpara, clara como una frente, grave como un ademán de hombre enlutado. A Borges le encantaba darse una vuelta por la plaza San Martín al caer la tarde. Vivió casi toda la vida a centenares de metros, en la calle Maipú. A Borges, como a Federico Manuel, lo imagino observando el monumental gomero, un árbol centenario cuyas ramas se expanden con fuerza horizontalmente, y pensando, tal vez, que árboles así son puertas hacia la divinidad. Tras ese tronco imposible de abrazar, con unas ramificaciones que podrían confundirse con patas de dinosaurio, el más escéptico presiente la existencia del misterio.

Lo que me gusta de esta gran conversación que es Del infinito al bife es que nadie se pone de acuerdo en casi nada. A fin de cuentas, haya buena o mala fe, todo testigo es de alguna manera no fiable. Aun el más recto, el más escrupuloso, termina por contaminar su versión con su propia carga emocional, sus filias y fobias, o sencillamente por el ángulo en que se sitúe ante el hecho sobre el que debe rendir su testimonio. 

¿Compró de verdad Federico un toro en una subasta en la Rural y lo paseó alrededor del obelisco? ¿Era en realidad una vaca y luego se hizo un asado con los amigos? Leemos a varios supuestos testimonios que cuentan la historia según la recuerdan, o según se la contaron, y en todas ellas hay un halo de verdad. Que hubo un toro, lo hubo, aunque nadie lo toreó. Lo que es 100% cierto es que Federico pensó o hizo muchas cosas antes que otros. Lo cuál es siempre peligroso porque o bien te toman por loco o bien te arruinas siendo visionario. Unos años después del momento toro un artista expuso un toro en la Bienal de Venecia y unas décadas más tarde Marina Abramovic la rompió en el MOMA con The Artist is present, que era una suerte de remake, aunque probablemente Marina no fuera consciente de ello, de una de las múltiples performances de Federico que él llamó “la salita del gordo”, y que consistía en una mesa con dos sillas, en las que el gordo, o sea Federico, recibía a los espectadores, que charlaban y tomaban mate con él. Claro, es mucho más cool titular una pieza “the Artist is present” que “la salita del gordo”, pero la idea era la misma... 

Federico Manuel Peralta Ramos también fue precursor del arte escrito en servilletas. Muchos años antes que Carles Rexach firmara el primer contrato de Messi en una, él escribió aforismos o poemas en las servilletas del Florida o la Biela, como éstas que procedo a copiar:

¿Qué es el arte?
El arte es transmisión de vida
El arte es hacerse cargo del dolor y la alegría de una época.
El arte es caminar por la calle con vos.
El arte es andar con plata en el bolsillo. 
El arte es dar vida metafísica a un mundo superfísico. 
El arte es emerger de un viejo desorden y construir un nuevo orden.
El arte es hacer reír y pensar a la gente.
El arte es tener talento para vivir una vida maravillosa.

Federico no trabajó de transgresor, sino que era la transgresión. Si le preguntaban a él en qué andaba respondía: trabajo de hijo. Sus gestos sucedían en ese momento que siempre se pierde, o como dijo Carlos Alvárez Insúa, él era la profecía del presente. Para no ser un recuerdo habrá que ser un reloco, dijo Federico, y cantó Calamaro.

El presente es duro
Se presenta con su chicle de menta, 
pero algo se inventa.

Pensando en esta crónica para La Ilustrada, me puse a releer un libro de Ricardo Zelarayan. En el poema La razón pura o el sueño de la lógica implacable parece estar hablando de Federico cuando escribe:

Reírse en compañía está bien.
Reírse solo no ¿Por qué?
Uno puede leerse solo pero con el pretexto del libro, diario, revista, ser o cosa que está leyendo o mirando porque en seguida hay que responder al “¿de qué te reís? con alguna razón de peso o de paso. 
El que se ríe solo está loco.
A uno lo dejan llorar solo pero no reírse solo.
¿Por qué?
Para reírse solo hay que aislarse lo mismo que para cagar.
¿Que no?
¿A que no te animás a reírte solo en público?
Si llorás solo entre desconocidos por ai hasta te consuelan...
Pero si te reís solo sos loco.
Este “poema” tiene unas ganas bárbaras de seguir...
Y sigue y seguirá toda la vida,
solo o en compañía...
incluso en compañía de la muerte,
que evidentemente existe.
En último caso,
coma sobre él,
coja sobre él,
mee sobre él. 
escupa sobre él,
vomite sobre él,
cague sobre él,
duerma sobre él,
viva sobre él,
muera sobre él
y ríase sobre él.
Preferentemente en compañía
o solo, si no hay más remedio.

El libro de Esteban es también un festival del humor. Me reí solo leyéndolo en el metro, en el parque, en el sofá de casa. Espero no me tomen por loco. Federico es como esos buenos amigos con los que siempre surge la risa. Y ya que estamos con temas escatológicos o masturbatorios, Federico también tenía sus propias teorías sobre el tema de la paja. Le gustaba pintarse las uñas para sentir que era otra quién le acariciaba. 

Del infinito al bife mutó ahora en una conferencia performativa que recrea el banquete que organizó Federico para sus amigos con motivo de la concesión de la Beca Guggenheim. “Si Leonardo pintó La última cena, yo la di”, les respondió a los quisquillosos miembros de la Fundación cuando le pidieron cuentas del dinero.  Además de invitar a 25 amigos, mandó hacerse unos trajes, pagó unas deudas con una galería y compró unos cuadros de colegas artistas que regaló. La carta dónde lo explica quedó enmarcada en la sede en New York de la Guggenheim como recordatorio de no volver a pedir nunca más a los artistas un recuento de las partidas en que gastan los dólares del premio. Y es que es peligroso a meterse a pensar en el coso ¿Qué es el coso? Investiguen, no todo puede ser pan comido, o hagan acto de presencia en el MUSAC.

¡Bien, Federico! Sos una brújula.


Sobre Marc Caellas

Marc Caellas escribe libros, crea y dirige obras que convenimos en llamar “de teatro” y ejerce ocasionalmente de comisario de proyectos culturales que juntan literatura, música, teatro y arte contemporáneo. Es uno de los creadores de El paseo de Robert Walser, obra que ha llevado el caminar como práctica artística por barrios y ciudades de España y Latinoamérica. Ha publicado los libros Carcelona, Caracaos, Drogotá, Neuros Aires y Teatro del bueno. Su proyecto más reciente es Suicide Notes, un concierto instalación performance creado con David G. Torres.