Portbou, septiembre de 2008
Recuerdo que me quedé alojado en el Hotel La Masia con una novia que cumplía años. Recuerdo que nos abrazamos al enorme pino que atravesaba el balcón de nuestra habitación mientras escuchábamos el sonido de un Mediterráneo calmado. Nos fumamos un porro y sentimos un desinterés marcado por hablar de cosas de la vida práctica, de fechas, de política. Bajo los efectos del buen hachís uno se cautiva por la esfera intelectual, al igual que los poseídos lo están por la esfera sexual: se es aspirado por ella. Esta última frase la anotó Benjamin en su primera experiencia con el hachís, en diciembre de 1927. También, como nosotros, Benjamin constató una gran sensibilidad a las puertas abiertas, a las palabras sonoras, a la música. Son anotaciones que el filósofo alemán fue haciendo en Marsella, Berlín e Ibiza. Son el material en bruto de un libro que nunca terminó. Esa noche soñamos con Benjamin. En Portbou todos sueñan con Benjamin. Todo Portbou sostiene la memoria del bueno de Walter. Recuerdo que a la mañana siguiente hicimos la visita obligada al cementerio. Nos sentamos en un banco para impregnarnos de la atmósfera, de ese lugar del que Hanna Arendt dijo que era uno de los lugares más extraordinarios y bellos que había visto en su vida. Exageró un poco Hanna, sí, pero el lugar es hermoso, exuda buena vibra.
Portbou, mayo de 1990
Recuerdo que frente a la puerta principal del cementerio hay unas escaleras. Unas escaleras que descienden hacia el mar. Unas escaleras sucias por el los detritus que deposita el viento. Cada vez que visito Portbou bajo por esas escaleras pensando en Benjamin y en Dani Karavan, el artista israelí que pergeñó este memorial por el cincuenta aniversario de su muerte. Karavan es un artista israelí que construye obras, esculturas e intervenciones en espacios abiertos. Karavan explora el poder del paisaje. Los expertos aseguran que sus formas construyen un diálogo entre la materia y la imaginación, entre los elementos de la naturaleza y la planificación humana.
Portbou, 1960
Recuerdo a Hanna Arendt visitando Portbou. Ya había estado en 1941, pero ahora es diferente. Finalmente, las ideas de Benjamin empiezan a reivindicarse y estudiarse en círculos académicos e intelectuales. Recuerdo que Benjamin pensaba que el libro de viajes bueno (y la crónica periodística, añado yo) es aquel en el que se ve claro que las reflexiones del autor surgen de ese espacio que las hace posibles. No podría haber reflexionado así en otro espacio. Eso es lo relevante. Es perentorio evitar “las habituales impresiones” del viajero y tratar de aspirar aquellas sensaciones e ideas que quizás florecieron justo en el momento en que el viajero y el lugar se encontraron felizmente. “El viajero no describe así el lugar del viaje, huye de los tópicos de cada lugar. Lo que hace es pensar bajo los efectos del nuevo encuentro, a la luz de un espacio revelador recién descubierto por él mismo”.
Portbou, 26 de septiembre de 1940
Recuerdo que Walter Benjamin murió el 26 de septiembre de 1940 en Portbou tras ingerir una dosis de morfina. Había conseguido en Marsella su visa para los Estados Unidos, un puesto fijo en el instituto y todo estaba en orden. Solo que los franceses, al igual que a todos los demás, no le dieron el visado de salida. Por ese motivo trató de cruzar la frontera de Portbou, junto con algunas mujeres, la señora Grete Freund, la doctora Biermann, y la señora Hedi Gurland. Después de una caminata que, según cuentan, fue muy agotadora, llegaron a Portbou. Los gendarmes de la Guardia Civil española tenían la clara intención de deportarlos a Francia, por lo que los viajeros solicitaron una noche de descanso, que les fue concedida. Durante esa noche, Walter tomó morfina. A la noche del día siguiente falleció y el miércoles fue enterrado. Las señoras no fueron deportadas de vuelta a Francia y llegaron todas sanas y salvas a Lisboa. De modo que podemos concluir que Walter Benjamin se mató estando ya salvado. El temor a que lo deportaran y lo ingresaran a un campo de concentración francés lo llevó a matarse sin saber que se había encontrado finalmente un camino de salida. El final es tan horroroso y absurdo que todo consuelo y toda explicación son vanos en igual medida.
Recuerdo las últimas palabras que escribió Benjamin: “En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar. Es en un pequeño pueblo situado en los Pirineos, en el que nadie me conoce, donde mi vida va a acabarse. Le ruego que transmita mis pensamientos a mi amigo Adorno y que le explique la situación a la cual me he visto conducido. No dispongo de tiempo suficiente para escribir todas las cartas que habría deseado escribir”.