Crónicas

Baños y sueños en Portbou

Arte por: Milagros Pico | @milagros.pico

Escrito por: Marc Caellas | @marccaellas

Portbou, agosto de 2021

Recuerdo que pasé la tarde en la cala naturista de Portbou en la mejor compañía posible. Tras un baño sanador, nos tomamos media pastilla de éxtasis y dejamos que la química inteligente se adaptara a este paraje único. Una pared de roca de la que nacen nopales y arbustos nos enmarcaba y protegía las espaldas. Delante teníamos el mar, sus olas, sus rugidos. Es un mantra, dijiste. Las pocas personas que ocupaban la playa se fueron yendo. Recuerdo que sólo quedó un señor que se tapaba sus partes con una revista y que, cada tanto, se ponía una toalla blanca al cinto y caminaba y se bañaba u orinaba tras unas rocas en la otra esquina de la playa. Recuerdo que llegó una pareja de franceses. Se desnudaron y al agua. El sol se escondía tras la montaña. Como buen escarpín, trepé por unas escaleras y me senté a arañar los últimos rayos de sol. No te demoraste mucho en sumarte. Abrazados, recibimos las caricias solares con amor. Felicidad. Recuerdo leer unos versos de Vicente Huidobro: Sólo creo en los climas de la pasión / Sólo deben hablar los que tienen el corazón clarividente. 

Portbou, septiembre de 2020

Recuerdo que la mayoría de los libros de historia tratan de acontecimientos públicos sin sentido como guerras, elecciones y revoluciones, cuando los únicos sucesos importantes se producen en los cuerpos y cerebros de los individuos. Recuerdo que ése es el gran secreto de la vida humana del que los científicos nunca hablan. Sólo en las afueras de la vida se puede plantar una ilusión. Consumamos el placer y agotemos la vida en la vida

Portbou, septiembre de 2018

Recuerdo que tomé una caña en el chiringuito El Campaner y que conocí a su dueño: Antonio Campaner, ex boxeador, categoría peso gallo. Antonio me contó que su chiringuito fue declarado el segundo mejor de Catalunya, tras uno de Tossa de Mar. Recuerdo que me impuse la tarea de averiguar quién era el responsable de la clasificación y sus criterios. Cómo serán el resto, dijo Campaner con innegable ironía, aunque al momento rectificó: esta localización, mi presencia y estos calamares: imbatible. La verdad es que es sus calamares son excelentes, lo cierto es que la bahía de Portbou es de una belleza sólo apta para ciertas sensibilidades y lo probable es que Campaner sea un personaje al que, si le pillas en un buen día, te deja noqueado con sus historias.

Portbou, septiembre de 2015

Recuerdo que en un paseo por el cementerio donde yace Walter Benjamin se me ocurrió que antes de terminar encerrado en un cajón, desearía que me dejaran en la cima de una montaña, como alimento para las aves carroñeras. Recuerdo que agarré una regadera y vertí agua en un par de arbustos. Recuerdo que me fumé un porro y pensé, con Benjamin, que todas las emociones, pero ante todo las emociones espirituales, tienen una pendiente más fuerte y arrastran a las palabras con ellas en su cauce. Recuerdo que imaginé que a un Benjamin fumado un cementerio le pondría de buen humor. Recuerdo que entendí que los cementerios refuerzan mi apuesta por vivir el presente como si se fuera a acabar. Recuerdo que callejeé entre edificios viejos, mal pintados, sucios incluso. Portbou debe ser el pueblo de la Costa Brava menos cuidado. El menos “bonito”. El que me gusta más.

Portbou, septiembre de 2009

Recuerdo que en este pequeño pueblo costero unos piratas decidieron izar su bandera negra: Festival Surpas, cultura libre y popular. Recuerdo que invitaron a unos músicos finlandeses, músicos que tocaban mientras los demás veíamos una versión restaurada de Nanook el Esquimal. Grande Nanook. Recuerdo que pensé que de mayor quería ser como Nanook, quería que me muerdan la suela de la bota, quería que me susurraran Uk Uk Uk antes de dormir. Recuerdo que los finlandeses pusieron una cuerda vertical que, del techo al suelo, se convertía en la medida del trance finlandés. Si se tensaba mucho la cuerda acababan a golpes, si se aflojaba un poco, a besos. No había punto medio para estos piratas del norte a los que la ligera tramuntana de esa noche los terminó de poner a punto. Recuerdo que me anoté a la fideuá libre y popular en el edificio de la Aduana, lo que no hace tanto era la aduana de la que no hace tanto era la frontera entre España y Francia, ahora técnicamente diluida en esa comunidad de vecinos llamada Europa. 

Se está bien en Portbou. Se siente cierta liviandad. Les ha sentado bien soltar lastre, perder protagonismo. Portbou es ahora simplemente un pueblo más de la Costa Brava. El primer pueblo. El último pueblo. Depende de como se mire. Un privilegio para Portbou. 

Portbou, septiembre de 2008

Recuerdo que me quedé alojado en el Hotel La Masia con una novia que cumplía años. Recuerdo que nos abrazamos al enorme pino que atravesaba el balcón de nuestra habitación mientras escuchábamos el sonido de un Mediterráneo calmado. Nos fumamos un porro y sentimos un desinterés marcado por hablar de cosas de la vida práctica, de fechas, de política. Bajo los efectos del buen hachís uno se cautiva por la esfera intelectual, al igual que los poseídos lo están por la esfera sexual: se es aspirado por ella. Esta última frase la anotó Benjamin en su primera experiencia con el hachís, en diciembre de 1927. También, como nosotros, Benjamin constató una gran sensibilidad a las puertas abiertas, a las palabras sonoras, a la música. Son anotaciones que el filósofo alemán fue haciendo en Marsella, Berlín e Ibiza. Son el material en bruto de un libro que nunca terminó. Esa noche soñamos con Benjamin. En Portbou todos sueñan con Benjamin. Todo Portbou sostiene la memoria del bueno de Walter. Recuerdo que a la mañana siguiente hicimos la visita obligada al cementerio. Nos sentamos en un banco para impregnarnos de la atmósfera, de ese lugar del que Hanna Arendt dijo que era uno de los lugares más extraordinarios y bellos que había visto en su vida. Exageró un poco Hanna, sí, pero el lugar es hermoso, exuda buena vibra. 

Portbou, mayo de 1990

Recuerdo que frente a la puerta principal del cementerio hay unas escaleras. Unas escaleras que descienden hacia el mar. Unas escaleras sucias por el los detritus que deposita el viento. Cada vez que visito Portbou bajo por esas escaleras pensando en Benjamin y en Dani Karavan, el artista israelí que pergeñó este memorial por el cincuenta aniversario de su muerte. Karavan es un artista israelí que construye obras, esculturas e intervenciones en espacios abiertos. Karavan explora el poder del paisaje. Los expertos aseguran que sus formas construyen un diálogo entre la materia y la imaginación, entre los elementos de la naturaleza y la planificación humana. 

Portbou, 1960

Recuerdo a Hanna Arendt visitando Portbou. Ya había estado en 1941, pero ahora es diferente. Finalmente, las ideas de Benjamin empiezan a reivindicarse y estudiarse en círculos académicos e intelectuales. Recuerdo que Benjamin pensaba que el libro de viajes bueno (y la crónica periodística, añado yo) es aquel en el que se ve claro que las reflexiones del autor surgen de ese espacio que las hace posibles. No podría haber reflexionado así en otro espacio. Eso es lo relevante. Es perentorio evitar “las habituales impresiones” del viajero y tratar de aspirar aquellas sensaciones e ideas que quizás florecieron justo en el momento en que el viajero y el lugar se encontraron felizmente. “El viajero no describe así el lugar del viaje, huye de los tópicos de cada lugar. Lo que hace es pensar bajo los efectos del nuevo encuentro, a la luz de un espacio revelador recién descubierto por él mismo”.

Portbou, 26 de septiembre de 1940 

Recuerdo que Walter Benjamin murió el 26 de septiembre de 1940 en Portbou tras ingerir una dosis de morfina. Había conseguido en Marsella su visa para los Estados Unidos, un puesto fijo en el instituto y todo estaba en orden. Solo que los franceses, al igual que a todos los demás, no le dieron el visado de salida. Por ese motivo trató de cruzar la frontera de Portbou, junto con algunas mujeres, la señora Grete Freund, la doctora Biermann, y la señora Hedi Gurland. Después de una caminata que, según cuentan, fue muy agotadora, llegaron a Portbou. Los gendarmes de la Guardia Civil española tenían la clara intención de deportarlos a Francia, por lo que los viajeros solicitaron una noche de descanso, que les fue concedida. Durante esa noche, Walter tomó morfina. A la noche del día siguiente falleció y el miércoles fue enterrado. Las señoras no fueron deportadas de vuelta a Francia y llegaron todas sanas y salvas a Lisboa. De modo que podemos concluir que Walter Benjamin se mató estando ya salvado. El temor a que lo deportaran y lo ingresaran a un campo de concentración francés lo llevó a matarse sin saber que se había encontrado finalmente un camino de salida. El final es tan horroroso y absurdo que todo consuelo y toda explicación son vanos en igual medida. 


Recuerdo las últimas palabras que escribió Benjamin: “En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar. Es en un pequeño pueblo situado en los Pirineos, en el que nadie me conoce, donde mi vida va a acabarse. Le ruego que transmita mis pensamientos a mi amigo Adorno y que le explique la situación a la cual me he visto conducido. No dispongo de tiempo suficiente para escribir todas las cartas que habría deseado escribir”.


Sobre Marc Caellas

Marc Caellas escribe libros, crea y dirige obras que convenimos en llamar “de teatro” y ejerce ocasionalmente de comisario de proyectos culturales que juntan literatura, música, teatro y arte contemporáneo. Es uno de los creadores de El paseo de Robert Walser, obra que ha llevado el caminar como práctica artística por barrios y ciudades de España y Latinoamérica. Ha publicado los libros Carcelona, Caracaos, Drogotá, Neuros Aires y Teatro del bueno. Su proyecto más reciente es Suicide Notes, un concierto instalación performance creado con David G. Torres.

Némesis Mora