Crónicas

Cómo debería leerse un libro, según Virginia Woolf

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La libertad de leer

Una crónica como respuesta al paso del tiempo y la literatura que nos acompaña en el viaje

Escrito por: Némesis Mora | @nemesismora

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No vengo de un hogar rodeado de libros. Tampoco de una familia letrada. Pero el librito de Palabra y Vida, nunca faltaba en la casa. Como no había librero, siempre estaba estratégicamente ubicado en el toilet, sobre la tapa en cerámica del tanque. Y como has de imaginar, lo leía únicamente cuando tocaba la hora de cagar. ¿Qué pensará Dios de mí?, me preguntaba mientras leía en católico y pasaba a duras penas los retortijones. Lo mismo hacía con las etiquetas de los envases de agua oxigenada y el triple antibiótico. Así fue como memoricé las instrucciones de aplicación, los ingredientes más generales y las debidas precauciones para que nadie saliera jodido en pleno corre y corre. Cuando la humedad de la casa borraba las letras, calcaba de vuelta la información con el marcador rojo de papi. Tan siquiera se lograba entrever las manchas que dejan las letras cuando llevan mucho tiempo pegadas a una superficie, pero mi memoria privilegiada para grabar tonterías funcionó de algo. Aquel marcador de punta fina, papi también lo usaba para resaltar los expedientes de los empleados suficientemente dignos de ser despedidos. Cosa que él también hacía durante sus visitas al baño. De tal palo, tal astilla. 

Cuando la rana echó pelo, llegó el segundo libro a la casa. Esta vez, lo colocamos en la primera gaveta de la coqueta de mimbre, tal parece que La Cenicienta ameritaba una lectura menos escueta a una cagada. Y aunque me estaban metiendo al sistema una historia de amor romántico y patrialcal que ninguna niña merece leer, tenía la mejor versión que se haya impreso en el 50. A La Cenicienta nunca la leí. Lo único que sí hice fue embelesarme con las ilustraciones tridimensionales de Roland Pym y meterle la nariz a las páginas hasta quedarme con el perfume a papel  viejo entre los cilios.

Cuando entré a sexto grado, conocí a Lorena. La primera persona que mis ojos ven leyendo por entretenimiento y no por obligación. Aquella nena inquieta y extrovertida tenía 11 años, los mismos que yo. Pero ella no olía los libros como yo. Más bien los saboreaba sin prisa y con un placer que terminé envidiando. Era la única actividad que la mantenía tranquila y sin hacerle mucho bullying al resto de la clase. De ella, nadie se salvaba. Hasta que cogía un libro. Un día a Lorena le dio con cortar la clase de matemáticas para irse a leer a la playa, que quedaba a dos cuadras de la escuela. Así que decidí perseguirla en cuclillas hasta una piedra majestuosa y de color gris plomo donde yacía sentada con un libro de carpeta dura en mano. Leía Pandora, un compendio de cuentos  de la editorial Santillana que formaba parte del currículo escolar pero que aun no habían asignado. Lorena se reía sola frente al mar mientras el viento le soplaba las páginas. 

Me acerqué a ella y muy gentilmente me cedió un pedazo de piedra. No logré leer lo que decían las páginas, pero las ilustraciones del español José Ramón Sánchez me jamaquiaron con sus vientos de colores. 

—¡¡Yo creo que estos son los vientos de Pandora!! ¡¿Los sientes?! Son como los del cuento.

—¿Y quién es Pandora?

—Mami dice que esto es embuste y que la gente griega se lo inventó. Siempre la han puesto como la mala. Pero que ella solamente era curiosa, como yo. Y que abrió la caja  esa que le había da’o un señor por ahí para que se la diera a oootro señor más. Pero ella no aguantó la tentación y la abrió. Y tooooodas las cosas malas salieron y se pegaron  como chicle entre la gente. ¡Pero la Pandora de este cuento es distinta! Esta lo que tiene en la caja son vientos. Ella carga con vientos en la caja, ¿me entiendes?

Luego de un largo silencio…

—¿Pero cómo uno lee?… Yo nunca puedo leer como tú. Ayer me miré en el espejo mientras leía y no me parezco ni chispa a ti.

—¿Qué dices? ¿Cómo así? Mira…

Se hace una cola de caballo en el pelo, se sienta derechita y cruza las piernas. Se aclara la garganta y empieza a leer…

— “El viento siempre es travieso porque es libre”… Así y ya. ¿Tu no sabes leer es?

—Sí sí sí. Yo sé leer. No es eso….Pero es que no me veo como tú. ¿Tu me entiendes? ¡Tu hasta te ríes cuando lees!

—¡Y a veces hasta he llora’o!

—¿Enserio?

—Sí, con los que tengo en casa. Con mami estoy leyendo Little Women. Y esas nenas me dan una penaaaaaa. Mami también ha llora’o. 

—Endito…

Todo el arte publicado en este reportaje es por: Milagros Pico | @milagros.pico

Todo el arte publicado en este reportaje es por: Milagros Pico | @milagros.pico

Han pasado 20 años desde que tenía 11. Justo ahora, a mis 31, me topo con un libro de la escritora Virgina Woolf que nunca había visto. Tan pronto entré a la librería Octavia, ubicada en una calle que también se llama Octavia en Nueva Orleans, me fijé que el grosor del cuaderno era casi idéntico al de Palabra y Vida que guardaba mami y papi sobre el tanque del toilet. Así que lo agarré sin pensarlo mucho. Cosas del subconsciente. 

“¿CÓMO DEBERÍA LEERSE UN LIBRO?”, decía la portada en tela y color carmesí diseñada por Marion Deuchars y Alex Wright para la editorial Laurence King.

Me convencí de comprarlo cuando leí la primera página. Tan temprano como en la segunda oración, Virgina Woolf te deja caer la realidad sin tapujo ni pañitos tibios.

“El único consejo, en verdad, que una persona puede dar a otra acerca de la lectura es que no se deje aconsejar, que siga su propio instinto, que utilice su sentido común, que llegue a sus propias conclusiones”. Y esto, mis querides amigues, es sinónimo de libertad.

Luego, Woolf nos regala ideas y sugerencias que no trastocan nunca la independencia y libertad que debemos perseguir como lectores. Porque según Virginia, “la independencia es la cualidad más importante que puede tener un lector”. 

Claro, no podemos esperar lo que yo en algún momento me maté por tener. A mis 11 años, no podía entender porqué era tan imposible leer como Lorena. Con tanta tranquilidad, enfoque, pasión y sentimiento. Lo que no sabía era que la base para la comprensión de lectura es más sencilla desde las palabras de Virginia Woolf.

Leemos desde la sensibilidad, pero sin tener que juzgar. Para pasearnos entre los sentimientos. Para recordar o idear un futuro. Por entretenimiento. Por ganas. Por necesidad. Porque se sienten bien los vientos libres y traviesos como los de Pandora. Porque no hay reglas. Porque nos volvemos autores de historias que también se vuelven nuestras vidas. 

Ahora nos pregunta Virginia, “¿quién lee para conseguir un fin, por más deseable que sea? ¿No hay algunas actividades que practicamos porque son buenas en sí mismas, y algunos placeres que son inapelables?”

“Algunas veces he soñado, al menos, que cuando llegue el día del Juicio Final y los grandes conquistadores y juristas y hombres de Estado vayan a recibir su recompensa —sus coronas, sus laureles, sus nombres esculpidos indeleblemente en mármol imperecedero—, el Todopoderoso se dirigirá a Pedro y le dirá, no sin cierta envidia cuando nos vea llegar con nuestros libros bajo el brazo: <<Mira, estos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles aquí. Han amado la lectura>>”, concluye Virgina Woolf en su libro de bolsillo “How should one read a book?”. 

Consejos de Virgina Woolf

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“La mayoría de las veces llegamos a los libros con la mente confusa y dividida, exigiendo a la ficción que sea verdad, a la poesía que sea falsa, a la biografía que sea aduladora, a la historia que refuerce nuestros propios prejuicios. Si cuando leemos pudiéramos ahuyentar todas esas ideas preconcebidas, sería un comienzo admirable. No le dictemos al autor; intentemos convertirnos en él. Seamos sus compañeros de trabajo y sus cómplices. Si nos retraemos y mostramos reparos y críticas al principio, nos estamos impidiendo sacar el mayor provecho posible de lo que leemos. Pero si abrimos la mente al máximo, entonces unos signos e indicios de hermosura casi imperceptible, al cabo de las primeras frases, nos llevarán ante la presencia de un ser humano como ningún otro”.

En el caso de las biografías, Woolf recomienda leerlas “en primer lugar, para satisfacer esa curiosidad que se apodera en ocasiones de nosotros cuando nos paramos al anochecer frente a una casa con las luces aún encendidas y las persianas sin echar, y cada piso de la c asa nos muestra una sección diferente de la vida humana en esencia. Entonces nos consume la curiosidad por la vida de esas personas —los criados cotilleando, los caballeros cenando, la joven vistiéndose para ir a una fiesta, la anciana en la ventana haciendo punto. ¿Quiénes son? ¿Qué son? ¿Cuáles son sus nombres, sus ocupaciones, sus pensamientos y aventuras?”

  • “Las biografías y memorias responden a dichas preguntas, iluminan innumerables casas como esta; nos muestran personas ocupándose de sus tareas cotidianas, trabajando sin descanso, fracasando, triunfando, comiendo, odiando, amando, hasta que mueren. Y algunas veces, mientras miramos, la casa desaparece y la verja de hierro se desvanece y nos encontramos en mar abierto; estamos cazando, navegando, luchando; estamos entre salvajes y soldados”

  • “Podemos hacer que iluminen muchas ventanas del pasado; podemos observar a los muertos famosos en sus costumbres habituales e imaginarnos a veces que estamos muy cerca y podemos conocer sus secretos sin ser vistos”.

  • “Esperemos a que el polvo de la lectura se asiente; a que el conflicto y los interrogantes amainen; paseemos, conversemos, arranquemos los pétalos marchitos de una rosa o quedémonos dormidos. Entonces, de repente, sin que lo queremos porque es así como la naturaleza efectúa estas transiciones, el libro volverá, pero de modo diferente… Ahora los detalles encajan en su sitio. Ahora vemos la forma de principio a fin; es un cobertizo, una pocilga o una catedral. Ahora, pues, podemos comparar un libro con otro".

  • “Los treinta y dos capítulos de una novela —si consideramos primero cómo leer una novela— son una tentativa de hacer algo tan estructurado y controlado como un edificio. Pero las palabras son más intangibles que los ladrillos; leer es un proceso más largo y más complejo que ver. Tal vez la forma más rápida de entender los elementos de lo que hace un novelista no sea leer sino escribir, experimentar personalmente los riesgos y dificultades de las palabras”.

  • “Lo primero es comparar: Con esas palabras se descubre el pastel, y queda admitida la verdadera complejidad de la lectura. El primer proceso, el de recibir impresiones con el máximo entendimiento, es sólo la mitad del proceso de leer”.

  • “Hay siempre un diablo en nosotros que susurra, <<odio, amo>>, y no podemos hacerlo callar. En verdad, es precisamente porque odiamos y amamos por lo que nuestra relación con los poetas y novelistas es tan íntima que encontramos intolerable la presencia de otra persona. Y aunque los resultados sean odiosos y nuestros juicios erróneos, aun así nuestro gusto, el nervio de la sensibilidad que nos atraviesa con sus descargas, es nuestra fuente de luz principal; aprendemos mediante los sentimientos; no podemos suprimir nuestra propia idiosincrasia sin empobrecerlos”.

“Si leer un libro como debería leerse requiere las cualidades más excepcionales de imaginación, perspicacia y juicio, quizá podamos llegar a la conclusión de que la literatura es un arte muy complejo y que es improbable que seamos capaces, ni siquiera tras toda una vida de lectura, de contribuir con algo valioso a su crítica”.

  • “Debemos seguir siendo lectores, nos nos investiremos con la gloria que pertenece a esos raros seres que son también críticos”.

  • “Si detrás del errático fuego de la prensa el autor sintiera que hay otra clase de crítica, la opinión de la gente que lee por amor a la lectura, lenta y no profesionalmente, y juzgando con una gran comprensión, y sin embargo con gran severidad, ¿no podría esto mejorar la calidad de su obra? Y si gracias a nosotros los libros pudieran llegar a ser más robustos, más ricos y más variados, ese sería un fin digno de alcanzar”.

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Némesis Mora