Crónicas

No hay nada como ir con hambre al supermercado

Arte por: Milagros Pico | @milagros.pico

Arte por: Milagros Pico | @milagros.pico

Escrito por: Maura Escribano | @soymauraescribano

La odisea siempre comienza cuando se abre la nevera. Pero cuando se abre y no se encuentra nada. Nada entre los galones de agua y leche a medio consumir. Nada entre los frascos de mantequilla, jalea, crema agria y queso crema casi vacíos. Nada entre los bowls de comida guardada. Nada, entre las fresas arrugadas, los limones a medio madurar y la cebolla retollada.

Miras el reloj, marca las 12:10 p.m., y de inmediato piensas en ir al supermercado. Solo quieres un sándwich decente para almorzar. Jamón, queso, cualquier spread que le dé un toque gourmet al par de panes que quieres llevarte a la boca, y algún líquido burbujeante: agua con soda, refresco o cerveza. Cerveza, mejor. Haces la lista y lo decides. No tardarás, piensas… y te lo crees.

Te miras al espejo. Te dejas la misma camisa que tienes puesta, pero te pones un mahón. Te calzas los zapatos más cómodos que tienes. Te montas en el carro y llegas al supermercado. En el estacionamiento recuerdas que dejaste las bolsas reusables sobre el gabinete. Ni modo. Te pones la mascarilla, localizas tu pote de alcohol y procedes a bajarte.

Eliges el carrito, lo desinfectas. Cuando lo empujas, no camina, tiene una goma chueca. Eliges otro, mohoso, destartalado, pruebas primero que las gomas funcionen bien, y entonces, lo desinfectas. Entras al supermercado, te toman la temperatura, te echan alcohol -con olor a alambique- en las manos, y continúas.

En el primer pasillo te das cuenta de que también dejaste la lista sobre el gabinete. Haces memoria, y ya sabes qué venías a comprar. Vas repitiéndolo en tu mente como un mantra, para que no se te olvide. Entras a todas las góndolas. Sabes que no necesitas nada de ahí, pero igual las repasas. Tu lista mental solo tiene cinco apuntes. Miras el carrito y cuentas lo que llevas: 24 artículos. Todavía vas a mitad de supermercado y el artículo #5 de tu lista mental está en el último pasillo. Continúas, pero apuras el paso. Llegas al último pasillo: cerveza. 

Antes de pagar, vas hasta la primera caja registradora solo para ver cuál está más vacía. Te das cuenta de que la primera que pasaste era la más cómoda. Sin remedio, vuelves a esa misma caja, pero justo antes de estacionar tu carrito, una señora mayor dio dos pasos ligeros y ubicó el de ella antes del tuyo. Sonríes mordiéndote la lengua detrás de la mascarilla, y pronuncias un tímido: “Adelante”. 

Miras el celular para ver la hora: 1:27 p.m. Miras el carrito de la señora, todavía le falta media compra por escanear. Te mueves a otra caja con una sola persona delante de ti. Solo lleva una canasta. Calculas que lleva “10 artículos, como mucho”. Te paras tras de ella. te piden que pongas tus cosas sobre la correa de la caja registradora. Vacías tu carrito. La de alfrente está empacando su compra. La cajera le dice el total. Ella busca su tarjeta. Se disculpa porque no la encuentra. Detrás de ella, pasa la señora a la que le cediste el paso en la otra caja. Te mira y se sonríe. Lo sabes porque se le achican los ojos. Le sonríes de vuelta, con una sonrisa espasmódicamente horizontal de mandíbula apretada. 

Vuelves a mirar el reloj. Son las 2:03 p.m. La mujer de enfrente ya ha pasado dos tarjetas. Intenta con la tercera tarjeta, y le advierte a la cajera: “Si esta no funciona, tendré que ir al carro. Mi hijo se estacionó cerquita, él me puede dar el dinero en efectivo”. 

En efecto, la tarjeta no funciona. Se vuelve a disculpar con la cajera. Te mira y se disculpa también. Asegura que no tarda. Se va. La cajera te explica que no puede cancelar la transacción. “Esto sucede todo el tiempo”, te dice a modo de consuelo, y te cuenta que el otro día “un señor bien mayorcito vino a comprar leche y comida de gatos con cinco pesos, y no le dio. Tuvo que dejar dos latitas de la comida de sus gatitos… me dio una pena”, se lamentó. Asientes y replicas un: “Pobrecito”. Miras tu celular, checas los mensajes. Nada. 

Regresa la mujer con dinero en mano. “Son $30.79”, dice la cajera. “Tengo los $30, déjame ver si tengo los .79¢ para que no me des cambio”, le responde. Abre su cartera y la espulga. Saca todo el menudo que encuentra. Lo cuenta. “Creo que hay .80¢”, le dice a la cajera. La cajera extiende su mano, recibe el menudo y procede a contarlo. “Le faltan .05¢”, advierte. La mujer vuelve a buscar en su cartera y tú, vuelves a mirar el reloj: 2:18 p.m. Te suenan las tripas. Sientes la boca seca. Quieres llegar, comer, tomarte algo frío. Respiras hondo y te escuchan. Te avergüenzas, y entierras la mirada en la pantalla de tu celular. La señora encuentra el vellón y se lo da a la cajera. Le dan el recibo y ella se despide. 

“Buenas tardes, disculpe la espera. ¿Encontró todo lo que buscaba?” Asientes con la cabeza y con sonrisa de medio lado detrás de la mascarilla. Comienzan a escanear tus artículos. “¡Precio!”, grita la cajera. Justo lo que NO necesitas. 

Tienes hambre.

Fuiste solo por cinco artículos.

Han pasado más de dos horas.

Sigues ahí.

Pides tres bolsas para empezar a empacar tus artículos. Los organizas meticulosamente. Nota mental: “Todo tiene que caber aquí”. Todo está fríamente acomodado, cuando la cajera te suelta un: “Tienes un total de $84.17”. Abres los ojos, pero pasas la tarjeta de todas formas, te dan el recibo y un “Gracias por comprar en tu supermercado X”. 

Te vas haciendo el cálculo mental de tus artículos a ver si llegan a los $80. Se acerca bastante y solo sientes remordimiento y aceptación. Te montas en tu carro en dirección a tu casa. Solo piensas en almorzar. Son las 2:48 p.m., llegas a las 3:15 p.m. Guardas la compra. Abres la cerveza, sacas el jamón, el queso, el spread y justo en ese instante te das cuenta de que olvidaste comprar pan. 

¿Te ha pasado? 

Némesis Mora